La realidad
son los otros. Con sus neuras, algunos humores turbios, un humedal en las
axilas. El realismo puede apellidarse “sucio” y, con el beneplácito de la
crítica, consagrarse como género literario. La realidad, en el mejor de los
casos, apenas pasa de pringosa. Pero es imprescindible como escenario para
soñarnos.
Don Quijote, de Antonio Saura |
Ficcioso: dícese de quien recurre a
fabulaciones para perturbar la quietud pública. No se asusten los bienintencionados. La verdadera amenaza,
pronostican al cierre de la Bolsa desinteresados oráculos bancarios, procede de
tantos clickealistas que, sin
haberlos vivido, se atreven impúdicamente a desear días más justos, mundos
mejores. Dónde habrán leído eso, qué habrán tomado antes.
Por su
naturaleza volátil, los ficciosos prefieren
una derrota por goleada ante un gigante que un empate de penalti injusto contra
un molino. Cabalgan y cabalgan con grandeza suicida hasta que las
circunstancias (y los otros) traicionan su “yo”, los elevan cuatro metros sobre
el suelo y los arrojan, las costillas por delante, contra el ardiente asfalto
de agosto. Ni así escarmientan. Sentados sobre el fracaso, van rumiando una renovada
ilusión por volar. Aletean. Luego, existen.
La aventura del
gran idealista, Don Quijote, se articula en torno a su muy humano esfuerzo por creerse
falsas historias felices. La menos lustrosa realidad de Cervantes le arrastra, a
la inversa, entre prosaicos sufrimiento. La guerra, el cautiverio, la cárcel. Los
risibles desastres del iluminado desembocan en una triste rendición: muere
cuerdo para que ningún impostor resucite al personaje. La Literatura, por el
contrario, consagra su vida, su desventura, sus desatinos. Protagonista y
creador perduran gracias a una loca ficción. Gigantes juegan (con ventaja) y
ganan.
Los ficciosos fermentan en la parte iluminada
de la realidad, al solillo que entra por la claraboya de una biblioteca
cubierta de polvo. Como entonarían los hooligans entonados, han venido aquí a soñar y el resultado les da igual, lo
que les convierte en potencialmente subversivos para el establishment. El desastre, por el contario, suele proceder de los falsos ficciosos que se agarran a la realidad para deformarla a
su medida. Igual deciden a los postres invadir
Irak que reprimen durante décadas a los disidentes de una revolución traicionada.
Pocas peripecias resultan más peligrosas que la confusión de los otros con el yo, de la realidad con el deseo, de la ensoñación con el disparate. ¿Dónde se oculta el gato, por qué maúlla esa liebre? Este mismo texto podría parecer periodismo y no lo es; si acaso, espuriodismo. Un viaje con billete de huida, un homenaje al diccionario de Coll, un ficcionario acalorado para sobrevivir en nuestro cotidiano Gañanistán.
Pocas peripecias resultan más peligrosas que la confusión de los otros con el yo, de la realidad con el deseo, de la ensoñación con el disparate. ¿Dónde se oculta el gato, por qué maúlla esa liebre? Este mismo texto podría parecer periodismo y no lo es; si acaso, espuriodismo. Un viaje con billete de huida, un homenaje al diccionario de Coll, un ficcionario acalorado para sobrevivir en nuestro cotidiano Gañanistán.
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