Anglicismo usado
para designar copas baratas en la modalidad "dos al precio de una", pariente lejano
del antiguo y denostado garrafón. Este tipo de oferta, tan extendido en los últimos años, rebaja con pedruscos de hielo premisas que no resistirían un análisis racional:
-o hemos
acumulado un stock superior al que podemos vender al precio inicial (lo que
implica que algún día de infundada euforia nos engañamos a nosotros mismos)
-o manejamos
un margen suficiente (y por tanto en el pasado tratamos de saciar con el precio
y no con la calidad la satisfacción de nuestros respetables clientes)
-o nuestro
producto tuvo un coste irrisorio o inexistente (mejor no pregunten)
-o se
encuentra a punto de perder valor (mejor no contesten y acaben el yogur; como
dijo el tango, veinte días de caducidad “no es nada”)
El máximo
éxito del baratwo es hacer que nos
olvidemos de la crisis (¿qué crisis?) y hallemos la coartada personal perfecta
para vaciar los bolsillos y exprimir la tarjeta hasta que cruja la banda
magnética. Era la máxima del maestro Cipri. Antiguo emigrante a Alemania y lector
de amarillentas novelas del Oeste, regentaba una diminuta panadería cercana a
un colegio de Valladolid. Aparte de un carácter algo refunfuñón, tenía la suprema
habilidad de encontrar en los recipientes de encurtidos a granel la cebolleta que
se ajustaba, qué casualidad, a la calderilla que aún no habíamos gastado. “Mira,
una de dos pesetas”. Y la pescaba. Y pagábamos encantados. Sin violencia. Eso es categoría.
El consumo
excesivo de alcohol con la lógica del baratwo
no sólo reseca la boca y da lugar a una persistente jaqueca. A largo plazo puede
provocar el desasosegante efecto de mezclar los sentimientos más puros, si acaso
existieran, con indicadores dispares. Un economista con resaca se interrogó el pasado martes en voz alta, sentado a un lado de la cama con un calcetín puesto, cómo
representar gráficamente esos años inconsolables en los que el amor crece menos
que el IPC. Su esporádica pareja eludió contestarle, la
mirada perdida en un cuadro de Botero. “Fue la última copa”, suspiró al fin,
sin dejar de preguntarse por qué la pasiones empiezan a deslizarse por una
curva descendente que conduce irremisiblemente hacia su completa amortización.
“Lo barato sale
caro”, nos enseñaba antaño la sabiduría empírica de las abuelas (con dinero). Si
lo caro se antoja con frecuencia inalcanzable, también lo barato amenaza hoy con
derivar en socialmente insostenible. Después de los vuelos de bajo coste, llegaron
las vacaciones de bajo coste para trabajadores de bajo coste con derechos de
bajo coste y a los que se puede abandonar, dos por uno, qué baratwo, en el aeropuerto. Por el
horizonte de papel pintado acabarán asomando la democracia kleenex y los entierros en papel estraza.
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