Con el paro acelerando a ritmo de récord mundial, con la recuperación económica sumida en su perpetua espiral de incertidumbre, la esperanza consumista descansa cada amanecer en el bajo coste. (Perdón por el anuncio, pero es coherente con el post). Desde que hace unos meses comencé a indagar tangencialmente en el comercio electrónico al hilo de las tendencias de Internet, mi buzón se ha convertido en una butaca (barata) con visibilidad reducida a la felicidad (pasajera).
Compartir emociones, contar experiencias, ganar seguidores, captar clientes, eternizar fidelidades. Hace unas semanas envié el ridiculum vitae a un portal de cupones de descuento. Buscaban redactores para los textos de sus ofertas. No me seleccionaron –lo lamento, parecía interesante- pero a cambio disfruto diariamente de las breves obras efímeras de auténticos maestros de la narrativa publicitaria.
“Vas siempre como un pincel y cuidas de tu casa al detalle, pero al final se te amontonan las camisas sobre la silla y las pelusas bajo el sofá”. Realismo sucio en tono comprensivo para ofrecer 3 horas de limpieza y plancha. ¿Cómo regalárselo a un amigo sin insinuar que es un poco marranete? La preocupación por la higiene puede resultar obsesiva. Un diario de tirada nacional promociona hoy una jarra purificadora que mejora la calidad del agua del grifo y, junto a ella, un humidificador con polvo de iones para eliminar el polvo del aire. Y además cuenta noticias (el periódico, no el humidificador).