El 3 de marzo de 1996, en torno a las diez de la noche, la sede nacional del PSOE se hundió en la decepción. Los primeros datos del escrutinio, que daban ventaja a los socialistas, habían hecho creer a los militantes más entusiastas en las posibilidades de una victoria in extremis como la de 1993. Sin embargo, el recuento fue confirmando el triunfo por mayoría simple del PP de José María Aznar. Las ovaciones y las lágrimas con las que, en torno a la medianoche, fue acogido Felipe González desprendían un aroma inconfundible a final de época. Yo acudí como invitado. La Escuela de Periodismo de EL PAIS nos había ofrecido a los alumnos presenciar la jornada electoral en distintos escenarios. Elegí Ferraz porque las emociones parecían aseguradas: o sorpresa o drama. Y aun con la distancia de quien no se encuentra directamente implicado, pude masticar esa mezcla de orgullo y lamento que presidía el epílogo a trece años en el poder.
Felipe González adelantó aquellas elecciones cercado por el paro, la corrupción y los GAL, perdido ya el apoyo de los nacionalistas que habían respaldado su investidura tres años antes. De alguna manera, parecía condenado a una derrota que la calle presentía estrepitosa, pero él pudo presentar como "dulce" (156 diputados del PP frente a 141 del PSOE). Este mediodía me ha asaltado una sensación de "deja-vù" cuando José Luis Rodríguez Zapatero ha avanzado la convocatoria de comicios para el próximo 20 de noviembre. Lo ha hecho en una situación de grave debilidad parlamentaria, y sólo horas más tarde de que la EPA, la encuesta de población activa, certificara que, pese a la habitual reducción del desempleo atribuible al comienzo del verano, en nuestro país hay actualmente 4.833.700 personas en paro: el 20,89% de la población activa. Un dato demoledor.