lunes, 4 de julio de 2011

Los derechos del Creador

Mi pecado original: soy periodista. Tengo un vicio, escribir en este blog. Y una desviación, prefiero trabajar cobrando. Cometo pecadillos veniales. Pago habitualmente por contenido como los programas de Canal+  o el diario en papel. Y sigo otros medios, la radio,  algunas cadenas televisivas, los gratuitos, Internet. Suelo describirme como fronterizo. Voy –poco-  al cine, pero me descargaría una película descatalogada. Contradictorio. Creo en los derechos de autor, aunque admire la creación compartida en la Red. Tolerante. Partidario de que cada uno elija su modelo de explotación, y de que se le respete. Legalista. Enemigo de la piratería, especialmente a gran escala. Práctico. Convencido de que lo más eficaz es hacer que no resulte rentable. Darwinista. Seguro de que sólo sobrevivirán las industrias –y los trabajadores- que se adapten al nuevo entorno.

Creyente confeso en los derechos de autor, no comparto la deriva de la SGAE. Sus dirigentes, encabezados por Teddy Bautista, quisieron pintarse como un Robin Hood justiciero y, debido a su voracidad, arden en las redes sociales retratados como el arrogante sheriff  de Nottingham. Desde hace años eran noticia por la eficacia de sus apocalípticas campañas a la caza del contribuyente. Como si disfrutaran amenazando con pleitos infernales. Ahora sabemos que la cúpula de la organización pudo presuntamente ocultar y desviar ingresos millonarios. Manejaban mucho dinero, pero nunca supieron gestionar su imagen. Edificaron una  antipática identificación entre creación y recaudación que alejó al público joven. Hoy las actividades culturales que promueven comparten espacio en su página oficial y en su cuenta de Twitter con la defensa de los imputados. A su crisis perenne de reputación se suma una investigación judicial. Los autores, salvo milagro, se dirigen derechos al desastre.

La Iglesia Católica, al contrario que la SGAE, tiene suficientes contribuyentes de bolsillos llenos. Y un producto sagrado y  hasta hace décadas infalible: la doctrina de Dios. Pero ha ido perdiendo parroquianos. Así que, contra las negras prédicas de Rouco, se ha lanzado a conquistar seguidores en los mundos antaño virtuales. La semana pasada una agencia española puso al Papa a anunciar por Twitter el lanzamiento de la nueva web del Vaticano. Diseñada para compartir sus contenidos con los botones de Facebook, Twitter y YouTube. La Santa Sede, lanzada a la modernidad, difundió al tiempo una foto de Benedicto XVI.0 cacharreando con un Ipad, mordiendo la manzanita de Apple. Ignoro qué obtendrá de la compañía de Steve Jobs, tal vez un pedacito de metafísica nube para almacenar un duplicado de los archivos del cielo (y del infierno).

El Papa no ha vuelto a escribir, quizá se encuentre todavía asistiendo a un seminario de evangelización digital. Y la cuenta vaticana en Twitter incumple los mandamientos de Internet: no sigue a nadie, no contesta a las menciones, renuncia a los beneficios de la interacción. Pero su estrategia “social y gratis” ha incrementado el seguimiento. Ante semejante éxito, ningún ecónomo con juicio arriesgaría esta campaña por reclamar el óbolo a los feligreses en nombre de los derechos del Creador.   

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