Página de "A través del espejo" Ilustración: John Tenniel |
Si la inquieta
Alicia atravesó el espejo para descubrir un universo de insospechadas sorpresas, nosotros, ejemplares
maduros de Homo Conectatus, hemos optado por edificar al otro lado de las tantallas
una incorpórea realidad a medida. Tanto, que no sabemos vivir sin ella. Entre
80 veces, según un estudio de Apple, y 110, de acuerdo con un informe de
Android, activamos cada día el teléfono móvil. Siempre nos queda el consuelo de
las triquiñuelas estadísticas. Resulta tranquilizador constatar que quien esto
escribe y sus lectores somos personas moderadas que practicamos un sobrio
autocontrol. A cambio, debemos asumir que nos rodea una muchedumbre de
atolondrados. Pero, como exclamaría mi abuela Pilar, son tan buenos que hay que
quererlos.
El Homo
Conectatus se comporta como un cautivo
fijo discontinuo que únicamente apaga el móvil (y no siempre) al enredarse en sus
ceremonias de apareamiento. Es la última etapa de un ritual que los jóvenes
ejemplares de la especie comienzan intercambiando los nombres en las redes
sociales, desarrollan con el envío mutuo de snaps y emojis –algunos
incomprensibles- y festejan con un sonriente selfie presencial (mejor sin palo).
“¿No tendrás un cargador para este móvil?” es la proposición que, anticipan los
antropólogos del futuro, tras una apariencia inocente puede convertir un
contacto esporádico en una relación intensa y fugaz como una Perseida.
Si la cámara
del teléfono ha sustituido a la vista, su memoria (y no la nuestra) funciona
como la más eficiente garantía contra el olvido. Sin darnos cuenta, nos hemos
reprogramado como registradores de sus recuerdos hasta el punto de restar
importancia a los nuestros. La pasada primavera una nube de smarpthones se
elevó sobre las cabezas de los fieles para capturar ese momento, a la vez pasional
y solemne, en que la imagen de la Virgen del Rocío era sacada a hombros de su
ermita. Los velocistas de la cámara también
compiten hoy contra los fibrosos héroes del sprint. Bolt avanza hacia la
medalla de oro entre fogonazos que acreditarán el valor de quienes estuvieron allí,
aunque en el instante decisivo optaran por congelar su hazaña en píxels.
El
idolatrado Pokemon Go sólo ha elevado a la categoría lúdica un
comportamiento habitual en los grandes
museos, donde el paseo ha sido sustituido en las horas punta por una veloz
gimkana entre voraces cazadores de
obras de arte vigilados, qué ironía, por las cámaras de seguridad. ¿Alguien ha detenido
la vista en las obras de arte que albergan los pasillos que conducen a la
Capilla Sixtina?
"La rosa púrpura de El Cairo" (Woody Allen) |
El viaje que
comenzó Alicia se complementa con la genialidad inversa de Woody Allen: en “La rosa púrpura de El Cairo” hizo a un
personaje de cine cruzar la pantalla para iniciar su propia aventura en el
patio de butacas. Un contraste similar al que existe entre la realidad
aumentada, que mete a los Pokemons en nuestro salón, aunque haya visitas, y la
realidad inmersiva, que desde el sillón nos sumerge en la angustia vital de los
supervivientes de Fukushima.
Si la
inquieta Alicia cruzara hoy la pantalla de su hipotético teléfono quedaría
atrapada en un grupo de WhatsApp, encontraría los deberes de Mates ya resueltos,
compartiría en Instagram las fotos de EuroDisney. Vencida la primera fascinación, no tardaría en
percatarse de que apenas se topó con su vida deformada por el laberinto de
espejos cóncavos y convexos que ella mismo construyó. Regresaría rauda a este
lado, a la vez aliviada y huérfana de
universos por descubrir.
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