Como eres tirando a pobre, pareces fuerte y no te quiero enfrente, te dejaré trabajar de segurata y no preguntaré demasiado. Ese fue el mensaje que la Unión Europea lanzó
como un salvavidas a Turquía para llegar en abril a un acuerdo, preñado de
cifras, huérfano de personas, sobre la devolución de los refugiados. Tras los
rifirrafes en los anteriores repartos al peso -baratwo, baratwo- la externalización del portazo. Trabajo
sucio y ojos cerrados. Ni coraje queda en las instituciones comunitarias para
asumir otro fracaso.
La idea de
una Europa común arraigó en la posguerra como un club comercial de países
demócratas, se convirtió por la recuperación en un club de países prósperos, abrió
después la puerta a los habitantes del Este
poscomunista y preconsumista para transformarse en un club de países libres y
ahora, a diferencia del Barcelona, no pretende ser más que un club. Con cuotas de
pertenencia, vallas y vigilante junto a cada torno. ¿Derechos o desechos? ¿Y tantas
libertades? Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor –como los valores
europeos- salta por la ventana. Lo cantaba, qué premonitorio, El Último de la
Fila.
Esta mañana me
duele Europa, siento bastante inflamado tras un golpe el apéndice turco y anda supurando
un forúnculo allá por las islas. ¿Los efectos del Brexit? Llamémoslo mejor el
final del Brexcaqueo. Hace años que Europa no emociona y en el futuro no
encontrará quien la rapte. Ahora que el Viejo Continente luce Carta Magna, su
ejemplo más conocido de soberanía ciudadana es el voto popular en Eurorisión. El himno más escuchado, el
de la Champions. Fiesta y fútbol; las preocupaciones inmediatas de quienes
tienen ya cubiertas sus primeras necesidades.
Una definición
desenfadada de Europa podría encarnarse en los festivos ritos iniciáticos de
los Erasmus, una ejecución eficiente viaja en los maletines que aterrizan para las
trajeadas citas del gris mediodía en Bruselas. El acuerdo de Schengen, que
proclamó la libre circulación de personas, se ha visto desbordado por los
flujos migratorios de la globalización y por el miedo al terrorismo. El último
símbolo resiste en las billeteras. Pero con la moneda común cada país echa sus
propias cuentas.
La Europa presente, a la que España debe su rescate bancario, sufre la irreparable paradoja del Estado del Bienestar: carece de un relato común
para gestionar el malestar cada estado. Disfruta de la libertad en un retiro
ensimismado. Ha conquistado una cierta igualdad y se ha tornado defensiva. La
Unión clausuró siglos de guerras y, como en una maldición propia de
tiempos de paz, zarpa al atardecer para ir empequeñeciéndose muy despacito hasta
desaparecer por una esquina a Poniente de la Historia. Eurexit.
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