Cabalgamos los 80 sobre aquellas bicicletas irrompibles que lanzábamos cuesta abajo, esquivando
las piedras para no salir volando entre carcajadas. Competimos con una rueda
pinchada, quedamos “donde siempre” a medianoche,
reímos sin miedo. Aquello era un verano; sírvame todo “con”, o mejor quite sólo
las responsabilidades.
Al ritmo del
radiocassette, lo llevábamos por turnos, llegamos a creer que la Luna era
nuestra y estaba ahí para conquistarla bailando, como Michael Jackson. Mientras
él se deslizaba, ingrávido, marcha atrás, entre decenas de zombies, Maradona
avanzaba en zigzag ajusticiando a doble velocidad a cada inglés que salía a su
paso. Vida-videojuego. "¿Me da monedas para llamar desde la cabina?". Matábamos marcianitos hasta que no
sentíamos las piernas, ni siquiera eso iba a detenernos.
Bebimos
mezclas imposibles, alcoholes de colores, el gusto pegajoso de la lima. Desayunamos -otro día más- sin habernos
acostado, en el enésimo esfuerzo condenado a ser tan baldío como los recuerdos.
Comenzaba el furor por las zapatillas de la NBA, fumar estaba de moda y aún no
había nacido esta agotadora nostalgia viejuna por la EGB.
El mapamundi
se dividía entre el lado oscuro y el nuestro. Viajábamos poco y poco nos importaba
aún lo desconocido. Años también de
plomo, de asesinatos con falsas excusas. Los veranos azules de un país en
reconversión. La selección española nunca defraudaba: empezaba como favorita y siempre
perdía. Pero todavía no estaba mal visto echar la culpa al árbitro o, de nuevo, a la mala suerte. El fin del mundo quedaba tan a desmano que de toda la década apenas recordamos un grito
–“¡el milienarismo, el milienarismo!”- en un plató de televisión.
Un día leímos que aquel Reagan, vaquero de reparto en caducos westerns, estaba ganando la guerra de las galaxias a la
Unión Soviética. No le dimos importancia; tampoco parecía simpático el peinado
de la Thatcher. Entre administraciones y carreteras, crecían como billetes
verdes los nuevos ricos en la España de Felipe. Europa era eso que suponíamos
la modernidad.
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