El 20 de
julio de 1969 el hombre pisó la Luna.
Casi una década antes, en torno a 1960, había arrancado la cadena de
innovaciones que hacia 1990 hicieron posible la creación de Internet, el
insondable satélite artificial de la Tierra.
Aquella luna mantiene hoy su fascinación virginal. En paralelo, Internet crece, evoluciona y se extiende envolviendo nuestro
planeta desde los fondos oceánicos hasta la
nube. Permite la libertad de movimientos de capital, fomenta la de
mercancías y tolera, con limitaciones, la de personas. No impone cupos a
inmigrantes. Defiende con entusiasmo juvenil la igualdad de oportunidades, con
la ilusa esperanza de que un graffitero visionario coloree para la efímera
posteridad de su Snapchat a la neutralidad en la Red guiando al pueblo.
Apuntan los
apocalípticos (y en particular los aficionados del Atlético de Madrid) que
Internet nunca podrá hacer crecer lechugas de un smartphone. Rebaten los integrados que localizará las semillas más
baratas, compartirá las experiencias para una plantación eficiente, activará el
riego a distancia y podrá venderlas en cualquier lugar del planeta. "Cañones o
mantequilla" se planteó Lenin hace casi un siglo. "Arroz transgénico o coltán
para los smartphones" sería la
disyuntiva reseteada por la
actualidad. Porque las apps aún no se
comen, aunque contribuyan a entretener el hambre.
Si el número
de habitantes del planeta sobrepasa actualmente los 7.000 millones de personas, más de la
mitad poseen ya acceso a la Red. La diferencia entre ambas cifras tiende a
reducirse en términos exponenciales al mismo ritmo que aumenta la interacción
entre el ecosistema físico y el digital. En seis días de julio, las acciones de
Nintendo llegaron a revalorizarse casi un 50% en la Bolsa de Tokio gracias al
juego #PokemonGo, que con una tecnología de realidad virtual invita a capturar personajes dibujados en los años noventa que salen en la calle al encuentro de los paseantes de
carne y hueso.
Pasado el
subidón, las acciones de Nintendo regresaron en dos semanas a su nivel anterior.
Pero en un salto de la Ciencia a la Ficción, un atardecer de octubre tanta
virtualidad se emancipará, crecerá, se multiplicará, poblará la Tierra y, como
predijo Malthus, el horizonte de la humanidad será el hambre.
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