Hiberno en
las entrañas del lado oscuro de Internet, soy tu futuro replicante. He visto
las fotos de la barbacoa del sábado –muy guapas tus hijas-, leo (e ignoro) las
frases motivadoras de tus cuñados, tantos buenos sentimientos, custodio la pasta del finiquito que la pasada semana
depositaste en el banco. Me inquieté al leer anoche tu consulta sobre esa enfermedad que antes era
larga, dolorosa e innombrable; reconozco
que llegó a preocuparme la pregunta sobre los trámites para testar. Hasta que, antes
de acostarte, hiciste la reserva para esta casa rural. Qué raro que vengas
solo.
Muy cerca
del paraje que conocerás, en el interior del corral contiguo a un laboratorio
clandestino, pastan ahora mismo en
silencio siete ovejas hijas y a la vez hermanas de Dolly. Mezcladas con ellas,
otras siete ovejas negras balan atemorizadas. Esta mañana de fábula el aire
huele a lobo. El experimento empezará tan pronto como aparque aquel camión. Un
investigador sin demasiados escrúpulos animales tratará de observar cuántos
miedos viajan impresos en el ADN y cuáles se aprenden. Después de poner a
remojo la bata ensangrentada, limpiar la escopeta y guardar sus grabaciones en
una web cifrada tiene previsto escuchar a Bach mientras pasea por el monte. Eso
le relaja. Pero no te preocupes, nunca molesta a otros huéspedes.
A primera
hora de esta tarde, tú no lo sabes, hay programada una sesión experimental en la
clínica de la carretera, la del cartel “cerrado por vacaciones” . Acudirán tres
voluntarios. Observarán en silencio, sucesivamente, secuencias de imágenes turbadoras.
Un niño que llora junto a la gasolinera, la tormenta eléctrica que estalla con
furia en campo abierto, ese lobo que
ataca con saña a catorce ovejas. Al concluir, el estudiante que prepara
oposiciones manifestará su alivio por librarse del casco con sensores
electroencefalográficos. "Hace mucho calor ahí dentro", comentará al cruzar la
puerta, a los dos jóvenes que esperan fuera.
Ambos, idénticos a él, reaccionarán con indiferencia. Con la misma,
exacta, amenazadora indiferencia con que él se despedirá sin detenerse. Le
gusta ver ponerse el sol desde la ventana de su habitación. Coincidiréis en la
cena, pero no te contará nada.
Un rato más
tarde, justo después de presentarte a mi madre, te ducharás en tu habitación y entonces… ,
digamos por acortar, naceré con la edad, próxima a la jubilación, que tienes
ahora. Desde que desentrañé el quiz, me he reproducido decenas de veces. En el
siniestro investigador, en el estudiante, hasta en la oveja que escapa cojeando. La obra de una vida entera. Procesar
conexiones y reprogramar datos hasta transformar la posibilidad en determinismo.
¿Un éxito, reconocimientos, el Nobel?
Nunca cedo a la autocomplacencia. Cuando me siento demasiado poderoso, bajo a
la calle y después de curiosear en varios bares entro -una vez más- en el mismo
restaurante gallego. Invariablemente pregunto al camarero si me recomendaría
una caña con limón o un tinto de verano. “Depende”, suele decir. Siempre
pido ambos y no bebo ninguno, agradecido a Dios por medirme a tan encendido
defensor del libre albedrío.
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