El
nacionalista catalán Francesc Homs presentó el martes 19 de julio su
candidatura a presidir el Congreso de los Diputados. Fue descartado en la
primera ronda y los votos de su partido se utilizaron luego para apoyar a
candidatos del PP a la Mesa de la Cámara. Más simbólicos que su previsible
fracaso fueron sus deseos de tener un grupo parlamentario propio sin cumplir
todos los requisitos y el momento elegido, una semana después de que el Tribunal
Supremo le citara como investigado por organizar en Cataluña una consulta soberanista
contra España.
Del sentido al sinsentido pasando por el mercadeo transita desde
hace años el nacionalismo catalán. Pisa moqueta, reclama financiación y
administra instituciones por la mañana. Se echa a la calle disfrazado de romántico
revolucionario, despeinado con dos deditos, por la tarde.
Como tantos
siglos debatiendo ensimismados sobre el ser, las esencias y las encrucijadas
históricas dejan huella, o al menos se hacen plomizos, nuestros ñacionalismos guardan en el ADN una obsesión con
el pasado que lastra el presente. Para desgracia de todos, nada hay más español
que gastar tantas energías inútiles en descubrir qué es para luego pretender no
serlo. Papa e hijos, qué sorpresa, a veces se parecen. Son agrandaos, abusan de las grandes palabras (“libertad”, “democracia”,
“derecho a decidir”…) y, en vez de elevar el listón ético, muestran una acusada
tendencia a mezclar poder y negocio.
Si bien cada
uno puede sentirse de donde quiera -y mezclar y cambiar a su gusto- el deseo de
imponer proyectos colectivos basados sólo en esos sentimientos ha causado
demasiado dolor en esta España con tara pero sin duda democrática. Miles de
valerosos luchadores por la independencia vasca se han hartado durante décadas
de chantajear, secuestrar y matar a quienes identificaban como distintos. Intentaron
convencernos de que el tiro en la nuca y el coche bomba eran consecuencias de
un "conflicto" que en realidad había muerto con Franco. Desde hace un lustro,
vencidos y además deslegitimados, reclaman amnistías sin arrepentimiento ni
justicia mientras intentan falsear el relato de una paz que sobre todo ellos tiñeron
de sangre.
Nuestros
ñacionalismos periféricos eclosionaron aprovechando el desprestigio de lo español, impuesto y manoseado por la dictadura, pero han engordado con los
entendimientos de la democracia y, en el caso catalán, ha estallado desde la
recesión. Basado sobre irresistibles emociones, tiene la corriente a favor
hasta que los hechos las desmientan. Un fantasma recorre Europa, y no es el
comunismo que en 1848 describieron Marx y Engels. Un fantasma que hace parada y
fonda en las sociedades angustiadas por el futuro.
Como a Homs, a todos nos gustaría proteger nuestra identidad –sea lo que sea eso: un derecho, una patria, una bandera- pero seguir recibiendo cada vez más dinero europeo. A todos nos incomoda compartir y ceder parte de esos fondos, especialmente a quienes sentimos diferentes. Identidad, diferentes, riqueza, miedo. Sentimientos humanos, incluso comprensibles hasta que algunos desaprensivos los transforman en ideología para agrandar o proteger sus privilegios.
Como a Homs, a todos nos gustaría proteger nuestra identidad –sea lo que sea eso: un derecho, una patria, una bandera- pero seguir recibiendo cada vez más dinero europeo. A todos nos incomoda compartir y ceder parte de esos fondos, especialmente a quienes sentimos diferentes. Identidad, diferentes, riqueza, miedo. Sentimientos humanos, incluso comprensibles hasta que algunos desaprensivos los transforman en ideología para agrandar o proteger sus privilegios.
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