El control de calidad de la democracia, el trabajo y los
derechos, la imagen más culta de la modernidad. La Unión Europea, el ‘Mercado
Común’ entonces, fue durante décadas el sueño prohibido de la España aislada y dictatorial.
Habitábamos un país cejijunto, reducido al tópico turístico de las playas y la
diversión, en una esquinita acomplejada que sólo asomaba la cabeza al
continente con las cinco Copas del Real Madrid y cuyos sudorosos embajadores
eran los emigrantes.
Medio siglo después, el sueño de la unidad europea ha
encallado en su propia indefinición. Nació contra la guerra y para impulsar la
recuperación, se transformó en un club de ricos, creció por un impulso
geopolítico hacia el Este para enterrar la Guerra Fría, se atascó en una
Constitución pactada y lejana. Ahora el proyecto comunitario se enfrenta
enfermo a unas nuevas elecciones. Si los votantes damos por sentados –veremos si
con razón- los principios del pacifismo y de la democracia, si el crecimiento
retrocede y se resiente la justicia social, si los líderes descartan avanzar hacia
la unidad o al menos una colaboración más intensa, ¿puede ilusionarlos sólo la
gestión? Muchas gracias por los servicios prestados a los padres fundadores, misión cumplida. Fin de trayecto.
La agonía de sus sueños coincide con el apogeo de las
cifras, con la certeza del frenazo a la prosperidad, con el imperio del déficit
y del rescate, con la evidencia de que en las recetas contra la recesión han
pesado demasiado los intereses alemanes. Europa, anteayer democracia, ayer
crecimiento, siempre riqueza, se presenta este domingo emparentada con la
austeridad y los recortes pese a que el dinero sigue escaseando en los
bolsillos. No, Merkel no mola, pero sin el euro y la Unión los españoles
viviríamos peor.
Puertas afuera, el Viejo Continente, tantas veces motor de
la Historia, se ve reducido al papel de ‘secundario con frase’ … cuando es
capaz de pactarla. La China que emerge y la Rusia desafiante de Putin han
ocupado mejor los espacios desalojados por el relativo retraimiento de los
Estados Unidos de Obama. La Unión se retrae, como si estuviera prejubilada,
intentando rejuvenecerse y a la vez protegerse de los inmigrantes que tratan de
asaltar con o sin papeles sus
fronteras.
Las urnas han abierto con los ideales agotados, el proyecto
empantanado y los líderes presionados en sus países a la hora de repartir y
aceptar deberes. Bajo la demagogia de los nacionalistas escépticos que
prefieren culpar a los extranjeros, ya sean burócratas de Bruselas o
inmigrantes hambrientos, de las ineficiencias nacionales. Ante la indiferencia de unos votantes
que no saben qué eligen, ni qué influencia va a tener en su vida diaria. Con
las ilusiones depositadas en otras esferas. Ni Cañete ni Valenciano, ni mucho
menos Juncker o Schulz.
La metáforica estrella emergente es Diego Costa, futbolista brasileño, español de nuevo cuño, inmigrante de lujo en un equipo patrocinado por Azerbaiján que aspira a coronarse en esta envejecida Europa. El objeto de tantos sueños pasados, el símbolo de un bienestar ahora en regresión y, afortunadamente todavía, la garantía de nuestra aburrida estabilidad.
La metáforica estrella emergente es Diego Costa, futbolista brasileño, español de nuevo cuño, inmigrante de lujo en un equipo patrocinado por Azerbaiján que aspira a coronarse en esta envejecida Europa. El objeto de tantos sueños pasados, el símbolo de un bienestar ahora en regresión y, afortunadamente todavía, la garantía de nuestra aburrida estabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario