El bebé de Carolina Bescansa, ponga un retoño en su escaño,
fue concebido (metafóricamente) por Alfred
Hitchcock y se llama McGuffin. Un truco narrativo con sillita y sonajero
para mantener la atención hasta que la trama anudada en el escrutinio electoral
encuentre un desenlace tal vez feliz. Una nota discordante, una pincelada
blanca que momentáneamente alegra nuestra mirada a un paisaje antaño de trajes grises, aunque este
periodista no soporte los shows televisivos que encandilan a la audiencia
gracias al emotivo despliegue de talentos infantiles.
El niño del Congreso no es aún demagógico ni conciliador. Apenas
representa una posibilidad, el preámbulo al prólogo, la vida por definir. Pero
promete. El miércoles cumplió, todavía lactante y ya obediente, su primera
misión: disimular cinco minutos las diferencias entre Sánchez e Iglesias, los progenitores
que, según proclamaron por separado, estarían dispuestos a alumbrar un gobierno
de izquierda.
Si en alguna aventura onírica o portuguesa se les apareció
la carita de la proyectada criatura, ahora Pedro ejerce de picaflor y no parece Pablo entusiasmado con la expectativa de poner morritos y arrimarse. Quizá por temor a que se les pase el
arroz, estos padres a la fuerza acaben recurriendo a la fecundación asistida, pero
a lo peor en vez de un gabinete acaban pariendo varios, paralelos y luego
consecutivos, en la misma legislatura. ¿Y el amor? Ahora mismo, ni mentarlo. ¿Y
si luego hubiera divorcio? Reventará los audímetros.
Sobre el escenario, con flashes y selfies, los hijos pródigos
y pronto integrados de la transición se comportaron con un espíritu
sobrevalorado de rebeldía imberbescente.
¿Cómo llevarán hacerse mayores? Adiós a rodear el Parlamento; al contrario, se
encuentran dentro, forman parte del esclerotizado establishment, de eso que algunos políticos poliédricos definen
ante un micrófono como ‘el Estado’ y en las competiciones deportivas, cuando vamos
ganando, los ciudadanos llamamos ‘España’.
El desembarco de los antisistema en el Congreso se produjo,
qué paradoja, dos días después del más corrosivo congreso antisistema. Tuvo
lugar en Palma de Mallorca y se tradujo en lo que Leyre Pajín definiría, quedándose
corta, como una conjunción planetaria de instituciones patrias. Allí coincidieron,
unidos por su singular generosidad con los euros de todos, una Infanta y su
afortunado consorte, un ex ministro, cargos autonómicos, ejecutivos de empresas
públicas, expertos y aprovechateguis de
fino pelaje. 'La escopeta nacional' coloreada en versión prosperidad,
retransmitida en directo, comentada al instante por Twitter. Y gratis, como
deberían ser todos los espectáculos populares.
Camuflados con ropa de marca, los asistentes compusieron un
gesto adusto, en apariencia respetuoso, al comparecer con fastidio para rendir
cuentas. No hubo vinos ni canapés; el networking
lo habían desarrollado por su cuenta años atrás. Como insinuaba el programa, las
jornadas auspiciadas por el poder judicial se transformaron en una explosión controlada que tarde o temprano dejará víctimas. La abogada del Estado, comisionada
para defender a la Agencia Tributaria, certificó, en estos días de déficit, que
el principio ‘Hacienda somos todos’ es un lema carente de valor jurídico. Ole, ole y ole. Jamás
un programa electoral se atrevió a tanto.
El fiscal Horrach, defensor (según su Estatuto) de la legalidad y
del interés público, se esforzó para que no se juzgue a la ciudadana Cristina
de Borbón, aunque haya evidencias de que al menos disfrutó en su borbónica
persona de los dineros fraudulentos derivados a las cuentas de su esposo. Un
safari en África, fiestas infantiles, el catering de su cumpleaños… Una subversiva, la hermana del Rey. No contenta con
los fondos asignados, disparaba con pólvora distraída
al pueblo.
Cómo se te ocurre, Diego McGuffin Bescansa, posar como protagonista en este país del ‘sálvese quien pueda’. Lo más prudente es retirarse, alejarse por higiene un Rato del sistema.
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