Me nacieron en Valladolid, y aunque suelo reivindicar tan
histórica cuna, reconozco que mis méritos personales, más allá de abandonar en
el momento adecuado el útero materno,
son bastante limitados. Me siento castellano; ni viejo, ni nuevo, castellano
a secas, originario de una comunidad creada de forma artificial para redondear el mapa autonómico porque ya se estaba agotando
el café para todos. ¿Austero? Probablemente ¿Enjuto? Cada vez
menos. ¿Serio? A ratos… Más español que
orgulloso de serlo, dadas las circunstancias. Exultante en las victorias
deportivas, pero especialmente por el valor del esfuerzo. Abochornado por la
corrupción y el despilfarro de recursos públicos. Muy avergonzado de que, siete décadas después de la posguerra, haya
personas rebuscando en los contenedores de esta esquina de Europa que otras
veces ha admirado y fascinado a tantos extranjeros.
Lo diré sin rodeos: el nacionalismo, incluido el español,
me importa poco y en algunas ocasiones hasta consigue aburrirme. Creo en las personas más allá de los prejuicios, doy importancia sólo
relativa a himnos y banderas, pero
detesto la falta de respeto hacia los símbolos ajenos. Me parece perfecto que haya ciudadanos íntegros
e ilustrados –no creo que sean
necesariamente estúpidos o intrínsecamente malintencionados- que se sientan más catalanes, gallegos o
vascos que españoles. Que se sientan como quieran, no hay problema en eso… Tengo amigos entre ellos y lo seguirán siendo, más allá de su pasaporte.
Pero discrepo de que los colores de su
corazón les otorguen el derecho a
construirse un mundo a medida. Puestos a
presumir de sueños, a edificar sobre el idealismo, prefiero un planeta sin
fronteras. Resultaría, sin duda, más
justo.
No trato de hacer una crítica política a Artur Mas ni de
aconsejar a Rajoy y a Rubalcaba sobre la mejor respuesta frente al desafío nacionalista. Prefiero
evitar incluso las cuestiones legales. Como
los nacionalistas, voy a dejarme llevar por las emociones. Sí, como demócrata, me siento traicionado por
la consulta soberanista catalana. ¿Derecho a decidir? No lo niego, decidamos
entre todos. ¿Por qué el encaje del nacionalismo en la estructura institucional
fue pactado y sobre la ruptura los demás españoles no podemos opinar? ¿En
virtud de qué extraño factor no tienen validez los acuerdos del pasado? ¿Cambiar las reglas? Puede ser conveniente, pero nunca de manera
unilateral.
Creo que este órdago es desleal. Utiliza los recursos
públicos de una parte del Estado, en definitiva también los míos, para promover
su desintegración. Es tramposo. Propone la soberanía como una opción sin
coste adicional, ocultando sus inconvenientes, escondiendo que una Cataluña
independiente sería una Cataluña en la pendiente y que todos perdemos. Es irresponsable. Alienta los enfrentamientos internos para
alimentar un victimismo político de discutible justificación histórica que a su
vez acentuará las tensiones. Es
inoportuno y traicionero. Se aprovecha de la debilidad económica, multiplica
las incertidumbres. Es, por descontado, insolidario. Antepone unas aspiraciones
políticas concretas a otras necesidades que, en estos días de paro,
empobrecimiento y recortes, deberían ser prioritarias.
Lo más grave es que el ensimismamiento esencialista en el pasado es, por estéril, profundamente español. Propio de un país que cada mañana se interroga infructuosamente por su
identidad, que se ha malacostumbrado a convertir la Historia en excusa para el
enfrentamiento político y presentista. Digno de unas gentes que desde hace décadas nos regodeamos afirmando lo que somos o lo que nos gustaría ser en lugar de sentarnos
a decidir qué podemos hacer juntos.
2 comentarios:
Es casi imposible,por una parte,escribir mejor en la forma,y por otra,ser tan tremendamente preciso,inteligente y valientemente prudente en el fondo.un abrazo.Ernesto.
Muchísimas gracias por el comentario y disculpa la tardanza en contestarlo. Hacía días que no pasaba por el taller... Es una cuestión extremadamente delicada. Nadie puede dictarnos, afortunadamente, cómo nos tenemos que sentir, si catalanes, españoles, ambas cosas o ninguna; otra cosa es que eso nos conceda un derecho objetivo a poner o quitar fronteras, una cuestión más compleja y con implicaciones bastante más graves.
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