Ahí estaban. Ubicuos hasta el hastío. Hoy en las portadas, mañana calentando las tertulias más combativas. Para mortificarles con su fructífera prejubilación. Orondo y satisfecho, uno. Afilado
y apocalíptico, el otro. Felipe y Aznar. Arrugas de gurú, tono profesoral,
generosas nóminas. Sus capas de superhéroe, sólo visibles para los sucesores,
se habían vuelto transparentes. Galones de guerras ganadas; las derrotas,
enterradas en la memoria selectiva de sus seguidores. Mariano arrojó los
periódicos sobre la pila de carpetas con la etiqueta de ‘urgente’ y escribió por Twitter un mensaje
privado. ‘Alfredo, que han venido, están de nuevo aquí…’ Rubalcaba ni siquiera contestó.
Una amable militante de Murcia le había amarrado del brazo al entrar en el
mítin, y no paraba de recordarle lo atractivo que era cuando ejercía, con
camisa rosada, como portavoz del gobierno de González.
El pasado regresaba, grandilocuente y engorroso, para repartir nostalgia por los periódicos,
para regalar desolación en las movilizaciones de una España a duras penas apuntalada. Médicos en huelga
por sus pacientes, belicosos profesores de
mani con los alumnos, abogados enfrentados a las tasas, jueces ansiosos
por sentar cátedra contra los indultos del ministro. ‘¡Soraya, ayúdame, que atacan
las clases medias…!’. Tan sobresaltado se despertó Mariano de la cabezada que, acaso
por consolarse, masculló: ‘Pero estos no eran los nuestros…’ Todavía con la
camiseta de Casillas y la frente sudorosa, reclamó desde la puerta del despacho
la encuesta semanal, temeroso de haberse convertido para la eternidad en el
indestronable líder del Partido Impopular.
El presidente no pudo acabar la merienda. ‘¡Traemos la pasta!’.
Montoro y De Guindos llegaban casi marcando el paso, un maletín con la bandera europea
en cada mano. ‘Es una muestra, para posar, generar confianza, el resto lo
ingresan la próxima semana…’. Mariano se mantuvo pensativo y algo desconcertado
mientras sus hombres de gris, relajados y desinhibidos, preparaban una porra sobre la prima de riesgo, jugaban
a hacer construcciones con los fajos, apostaban 'doble o nada' si los rascacielos
de euros aguantarían semejante burbuja de liquidez. ‘Las
condiciones, ¿dónde están?’ A su pesar, las palabras del presidente quebraron
el repentino hechizo de una riqueza ficticia y probablemente inmerecida.
Revolvieron los cajones, vaciaron la papelera, escudriñaron en la dieta de la
trituradora hasta que los papelitos, doblados y manchados de chocolate, asomaron
una esquina desde el interior del álbum de cromos de la Liga. Justo entre los
últimos fichajes. ‘Ejem, repasemos…’
Diez minutos más tarde procedían, más calmados, a
recolocar los billetes. "Estos para los bancos; esos, por los intereses de la
deuda; aquellos, para rescatar comunidades; un puñado, -lo siento, Artur- para españolizar..." Las manos de los ministros jugueteaban con los montoncitos, componiendo una
estampa de trileros y comisionistas. Rajoy, sin embargo, callaba; la mirada
perdida, el gesto taciturno. “¿Y las pensiones?” “No queda dinero” “¿Ni con la
amnistía a los ricos?” “Tampoco” “He dado mi palabra” “Debería haberla empeñado,
todo suma”. El croissant del
presidente, indudablemente inquieto ante el signo de los tiempos, había
empezado a encoger.
En el ordenador, la macroeconomía del Powerpoint parecía encauzada
hasta final de año. Tras la puerta del despacho, las carpetas sobre el rescate calzaban
sin esfuerzo la rueda delantera de la bicicleta estática. Apoyada en el
alféizar descansaba la podadera mellada, quizá agotada de cortar y no pegar
jamás. Desde la ventanilla del coche oficial, la Navidad pintaba triste, teñida
de gris. Mariano no acertó a reconocerse en el espejito interior. A diferencia
de sus antecesores, el mago del milagro económico no parecía henchido de
orgullo ni mucho menos vigoroso. Quizá algún día llegara a prejubilado de lujo.
Ahora se conformaba con no verse retratado como el agorero que dividió los panes y los peces, como el recaudador que, con subidas y recortes, comenzó a reducir los pensionistas a mediopensionistas.
Capítulos anteriores
Capítulo I: Gente pa tó
Capítulo II: El superhéroe de la podadera
Capítulo III: El hombre invisible no tiene bolsillos
Capítulo IV: La fiambrera de las palabras resecas
Capítulo V: "Yo no soy un chisgarabís"
Capítulo VI: Erre que erre
Capítulo VII: Ma_iano quie_e se_ no_mal
Capítulo I: Gente pa tó
Capítulo II: El superhéroe de la podadera
Capítulo III: El hombre invisible no tiene bolsillos
Capítulo IV: La fiambrera de las palabras resecas
Capítulo V: "Yo no soy un chisgarabís"
Capítulo VI: Erre que erre
Capítulo VII: Ma_iano quie_e se_ no_mal
2 comentarios:
Fantástico ,como siempre.Besazo.Inma
Gracias, disculpa la tardanza en responderte. Vi el comentario hace tiempo y pensaba que te lo había agradecido, pero me he dado cuenta de que no... Felices fiestas, feliz 2013
Publicar un comentario