Justo cuando España se ha convertido en un país más
pobre, Artur Mas insiste en que Cataluña ejerza ‘su’ derecho a decidir para ser
más ‘libre’. Una propuesta oportunista, difícil de plantear en tiempos de
prosperidad. Con un envoltorio engañoso, porque los no nacionalistas –y los no catalanes-
podemos reclamar idéntico derecho.
Imagen compartida en Twitter por @govern |
Este relato consigue, sin embargo, sortear cualquier prueba
de veracidad. Al volar mecido por las ilusiones de independencia, se emancipa
del sentido común, se aleja de ese pegajoso terreno donde las realidades pedestres (la distribución territorial de la riqueza, el reparto social de los
recortes o las aportaciones del Estado central para aliviar el déficit catalán)
se someten a un proceso racional de contraste y verificación.
La Administración territorial concebida a partir de 1978,
erigida precisamente para integrar a los nacionalistas, no sólo ha generado una
arquitectura económica ineficiente que pagamos todos, sino sentimentalmente insolidaria.
Más que un desarrollo del Estado central, del que forman parte, las Comunidades
Autónomas han encontrado su paradójico sentido en la oposición institucional a ‘Madrid’.
Cataluña es ahora mismo una emoción y por eso moviliza
más allá de cualquier lógica, más allá incluso de la consulta con gaseosa que sirve el propio Mas. No negaré yo, poco dado a las apoteosis
patrióticas, el derecho a que cada uno se sienta como mejor le parezca. Lo respeto.
Otra cuestión distinta es si en el invierno del siglo XXI debemos regresar a la
‘primavera de los pueblos’ del XIX para dibujar los mapas sobre los límites
volubles de esos sentimientos.
La exaltación del relato independentista coincide con el
imparable debilitamiento del relato español. Ya sea porque la derecha puede
haber abusado del concepto o porque la izquierda parece no sentirse cómoda en
él, es infrecuente que algún personaje público reivindique, al margen del deporte, una idea elaborada de España. Pero si lo hiciera, ¿de qué hablaría?
¿De la España romana o de los pueblos que la resistieron? ¿De la invasión musulmana o de la Reconquista? ¿De la fe y el
poder del Imperio o de la pureza de sangre y la Inquisición? De todo eso somos
hijos, y sin acercarnos siquiera a la Edad Contemporánea…
Sucede además que nuestra Historia tiende a reescribirse
de forma periódica desde el Estado por impulsos políticos, con motivaciones
presentistas y cierto afán de justificación. En paralelo, los dirigentes de las comunidades esgrimen
diariamente ‘lo propio’ en detrimento de ‘lo común’. Dando un paso más allá,
donde manda el nacionalismo ‘lo vasco’ o ‘lo catalán’ se definen como lo ‘no
español’, cuando no sin rodeos como ‘lo antiespañol’.
Este libro, editado en los 90, incluye un capítulo titulado 'No al independentismo'. |
Todos estos factores han ido erosionando durante años el
relato positivo de España. El de un país que, fuera por convencimiento, miedo o mero espíritu práctico, decidió cerrar las heridas de una guerra civil y de una
dictadura de cuatro décadas. Un país que levantó sin desangrarse la democracia,
que construyó una sociedad con un alto grado de cohesión, que llegó a adentrarse
en la prosperidad.
Los abusos que ahora descubrimos y que tal vez antes no quisimos
ver hacen difícil reivindicar la Transición. Sin restar gravedad a esos episodios, la España de la casta y del mamoneo ha sido, pese a esa quiebra ética, un espacio de convivencia. Donde los
injustificables asesinatos de ETA no han dado lugar a vendettas, donde la avalancha
de inmigrantes –con sus indiscutibles problemas- no ha generado corrientes
xenófobas mayoritarias, donde la fractura social encuentra su manifestación más
radical en una corriente ciudadana que a partir de acampadas y asambleas aspira a dar la vuelta al
sistema... desde las urnas.
Confesaré una cosa. Me llama la atención, aunque lo acepto, el desfile de banderas
locales y autonómicas con el que los protagonistas celebran cada éxito
deportivo de una selección española. Tampoco me importa que Piqué, aunque sea
separatista, juegue en La Roja. Su presencia subraya lo que somos capaces de
hacer juntos aunque nos sintamos diferentes. El de la colaboración territorial, y no el de
las banderas y las barreras, es el único relato posible de esta España que ha tocado fondo. Pero es mucho más difícil de defender. Requiere renuncias.
Contra todo eso y contra el carácter abierto que
atribuíamos a Cataluña atenta la
apuesta emotiva de Artur Mas por las identidades excluyentes. De rebote, el president
trata de elevar su legado al pedestal, tapando tantas corruptelas en las que su partido, en un ejemplo de
indudable españolidad, también se ha prodigado. El derrumbamiento de la
legitimidad de la clase política juega a su favor. Cualquier decisión transgresora, por
irresponsable que sea, goza ahora mismo de mayor apoyo que el mantenimiento de
unas estructuras a las que identificamos –y no faltan motivos- con el desastre.
Pero España no roba, como tampoco lo hace Cataluña. Roban los sinvergüenzas y luego
intentan que miremos a otro lado.
Con manifestaciones masivas en la calle, con miles de
personas llamando puerta a puerta, el relato separatista catalán resuena más poderoso
que el español. Aunque no esté basado en razones, aunque no vaya a redundar
en una sociedad más próspera. Aunque
el silencio público de tantas personalidades induzca a pensar que la espiral
de oposición a la España más pobre ni siquiera está haciendo más libre a Cataluña.
2 comentarios:
Si tuviera que añadir el algo sería en forma de reproche. Reproche hacia esa España que se ha olvidado de los catalanes no independentistas, de esos catalanes cuyo único anhelo es trabajar y seguir contribuyendo solidariamente, sin olvidar, que esa solidaridad pudiera ser, algo, más recíproca.
A muchos catalanes nos invade un sentimiento de orfandad, de abandono. Y la culpa, a mi juicio, no es sólo de los 'gestores', lo es también de la sociedad pues no hay que olvidar que dichos 'gestores' están ahí desempeñando un papel, el de representantes de la sociedad española -así debe ser o así debiera ser-.
Saludos
Gracias por el comentario y perdón por la tardanza en contestarlo. Creo que es muy comprensible ese sentimiento, favorecido por el hecho de que el gobierno catalán está llevándonos a la identificación de lo catalán como 'lo no español', cuando no tendria por qué ser así.
En esas circunstancias, imagino que no es fácil defender España a pie de calle y menos esta España (aunque esta Cataluña no sea mejor, no nos engañemos). El presidente de la Generalitat, le guste o no, lo es gracias al Estado español y a la Constitución; por eso me parece una deslealtad lo que está haciendo. Un saludo.
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